El hibisco contiene abundantes ácidos orgánicos, como el ácido hibísico, málico y tartárico, además de mucílagos, fitosteroles y pectina, y se considera una fuente privilegiada de vitamina C. Destaca por sus virtudes vitamínicas, aperitivas, digestivas y laxantes.
Es un remedio ideal para despertar el apetito, combatir la acidez estomacal, las indisposiciones gastrointestinales con espasmos, y la gastroenteritis.
Resulta un laxante más bien suave, que estimula el movimiento peristáltico de los intestinos y favorece la evacuación, por lo que se recomienda en periodos de estreñimiento puntual.
En combinación con otras plantas afines como el diente de león, el boldo o el agracejo, el hibisco se ha indicado como apoyo para el tratamiento de las disquinesias biliares –como la disquinesia hipotónica de vesícula– y como restaurador natural de las funciones del hígado tras intoxicaciones alimentarias, alergias o una inflamación hepática.
El hibisco actúa asimismo como un efectivo diurético y antiséptico, válido para tratar las infecciones en el tracto urinario y para favorecer la inhibición de agentes patógenos.
Pero, además, las flores son demulcentes, protegen las mucosas de los conductos respiratorios y mitigan la irritación de garganta. Bien combinada, resulta de utilidad en caso de afecciones respiratorias con congestión, como resfriados, estados gripales y bronquitis.
El hibisco es también un tónico circulatorio, del que se ha probado su capacidad para dilatar las arterias y favorecer la circulación sanguínea. Se indica en casos de hipertensión arterial, y para el tratamiento de varices, flebitis, hemorroides y sabañones.
Se le atribuye la facultad de disminuir las tasas de colesterol LDL y de triglicéridos en sangre, aunque sobre este punto no parece existir evidencia científica.
Finalmente, se ha usado como tranquilizante para templar ataques de ansiedad y mitigar el insomnio. En momentos de tensión y
nerviosismo, puede ayudar a relajarse y a tomar distancia de problemas y preocupaciones.